viernes, 9 de marzo de 2018

Firme

Tic, tic, tic, tic

Golpea el caño de la sombrilla contra el de la reposera. Saca el arena del hueco y vuelve a clavarlo en el suelo. Lo clava y lo gira con sus muñecas que a la vez giran sus hombros.

Tic, tic, tic ,tic

Lleva un reloj rojo en el brazo derecho. También una cruz dorada que le cuelga del cuello en posición recta cuando él está inclinado, clavando el caño de la sombrilla en la arena.

Tic, tic, tic, tic

Por encima del elástico de la malla negra se reposa su panza. No le cuelga cuando está inclinado, se mantiene firme. Firme y peluda. Mientras hunde el caño, y gira sus muñecas y sus hombros, pone cara de sufrimiento.

Tic, tic, tic, tic

Como si le perdiera el tiempo al grito del heladero, heladero que lleva guitarra, suenan los golpes en el caño de la reposera otra vez. Como si el heladero no lo escuchara, y seguro que no lo hace porque todavía está lejos, rasguea la guitarra sin tiempo ni acorde. Sin relación alguna con su grito de venta y con una bolsa de nylon que cubre el clavijero.

Tic, tic, tic, tic

Le saca el arena del hueco al caño por última vez. Lo da vuelta, lo entierra de otro lado que tiene punta y arrastra con el pie la arena que lo va a mantener firme. Firme la sombrilla, como su panza encima de su malla, como él mismo va a estar en esa reposera ya debajo de la sombra por un rato... Tan firme la sombrilla que él se va a ir con un bolso hasta la avenida y la va a dejar con la reposera en la arena. Ya construyó.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Barra



Empieza por los escalones de arriba. La arena está seca y tiene un color marrón oscuro. Se parece a la tierra. Con las cerdas rojas de la escoba junta todos los granos que puede del descanso y los barre hacia el escalón de abajo. Piensa cuántos se pueden escapar en esa leve caída, donde incide más lo liviano que lo alto. Trata de ser cuidadoso para que se escapen pocos. Tampoco se esmera tanto porque en un rato va a estar parecido de nuevo. Lo suficiente como para que si queda algo pase desapercibido en vez de omitido. La arena cae al escalón y se esparce como un baldazo de pintura. Esos movimientos lo ayudan a pensar y a concentrarse.
El saludo de unos huéspedes que van a bajar lo alejan unos segundos de ese espacio físico y de su espacio mental. El puñado de arena es más grande y también más oscuro, pero con cada escalón que baja se le hace más dócil. Chequea que no quede algún resto sobre los bordes de madera de los escalones y continúa. Se siente entretenido. Si le agrega un poco de intensidad al barrido, puede ver casi en cámara lenta cómo se deslizan los granos sobre la cerámica. Se pregunta si toda esa arena que no vuelve a la playa afecta en algo.

― ¿No te pudre? - le pregunta la recepcionista desde el escritorio.
― ¿Qué cosa?
― Eso. Barrer todos los días. Y a cada rato. Seguro que ya vuelven los de la 209 y dejan eso igual que antes.
― Puede ser...
― No es para que te ofendas, eh. Es que me resultan muy tediosas las cosas que “hay que hacer” y que se arruinan rápido. Lavar los platos, barrer, hacer la cama. Yo trato de hacerlas cada tanto... menos los platos. Pero bueno, supongo que alguna vez...
― Alguna vez hay que volver a reflexionar.

Los granos de arena se le esparcen, como en la mente, los millones de pensamientos lo hacen y se separan violentamente de otro que parecía más grande y conciso; cada uno para su lado, cada uno más cerca de unos que de otros. Y quizás no logren una unión, pero ese esparcimiento es la llegada a un lugar nuevo.

― ¡Claro! si te sirve para eso...Yo para reflexionar tengo que mirar una serie o película de esas profundas, ¿viste?

miércoles, 17 de enero de 2018

7800 kilómetros

Estoy sentado cerca de la familia que compra anteojos de sol en la playa. La que hace que todo el recorrido del senegalés (el de Senegal hasta acá, el de ahora bajo el sol veraniego en la arena), tenga sentido por unos minutos. Lo que dure la indecisión de esa familia, familia de mujeres, en elegir un par de anteojos de sol. O quizás dos, a la nenita también le gustaron unos. Asumo que es senegalés porque leí en notas que la mayoría son de ahí, pero quizás sea de otro país. De algún país del que necesitan escaparse a un océano de distancia. O medio continente. El senegalés, entonces, les cobra, vuelve a agarrar la mercadería y sigue el camino. Lo sigue y busca cruzar una mirada que lo detenga por un ratito. Que lo detenga y valga la pena. Valga la caminata y que valga algo para poder seguir estando acá. Que valga la pena haber escapado o abandonado su hogar.
Para la familia, lo que todo eso amerita es una selfie con los anteojos nuevos.