miércoles, 31 de julio de 2013

Volver viajando

Ya era de noche. La tarde habría sido una más de rutina en el trabajo si no hubiera arrastrado una molestia en la garganta durante las horas que estuvo ahí.

Ahora esperaba el colectivo para volver a su casa, era el tercero en la fila de espera. Se puso los auriculares, elegió un disco y - Reproducir -. La primera canción no estaba ni por la mitad cuando llegó el primer bondi. Decidió esperar el siguiente porque estaba muy lleno, y además quería hojear más cómodo el libro que acababa de comprar. Leerlo no, porque no llevaba señalador.

El segundo no tardó en llegar (el primer tema seguía sonando) y por más de haber quedado primero en la fila, dejó subir a las dos mujeres de atrás cuando el chofer abrió las puertas. Una vez arriba, pagó el boleto y se dirigió hacia el fondo, del lado de los asientos individuales. Le causó gracia pararse justo al lado de un hombre que sentado leía en un eBook mientras él retomaba la lectura del prólogo impreso en 1981 que había empezado mientras esperaba en la parada.

Cuando terminó el prólogo y decidió darle atención a la música que escuchaba, se liberó un asiento en la última fila del fondo, de esos que están detrás de la última puerta y son cinco o seis juntos uno al lado del otro. Esperó unos segundos, por si alguien más cercano quería sentarse, y al primer semáforo con luz roja lo ocupó. Leyó una vez más la última página de aquel prólogo y volvió a cerrar el libro. El colectivo iba a una velocidad moderada por la avenida y el sueño empezaba a ganarle, así que decidió cerrar los ojos.

Lo despertó a los escasos minutos el hombre sentado a su derecha porque quería bajar y él tenía que hacerle espacio para que pase. Una vez que lo hizo ocupó ese nuevo asiento vacío al lado de la ventana. Acomodado allí vio a una chica que le agradó porque tenía puesta una campera negra con grandes lunares  blancos y usaba la capucha a pesar de estar dentro del bondi. Ahora ella era la que se sentaba a su izquierda y ocupaba el asiento en el que minutos antes él había dormitado .

Ella también usaba auriculares. Lo advirtió por los dos cables que se asomaban por su cuello y se escondían debajo de la campera. Hasta que se los sacó. Se los sacó y miró la pantalla de su celular. Él seguía la escena de reojo. Ella miraba la pantalla y a él le pareció que hacía el gesto de negar con la cabeza. "Debe estar recibiendo una llamada que no quiere atender", dijo él para sí mismo hasta que vio que la chica se llevó el celular a la oreja luego de apretar un botón

Optó por dejar de prestarle atención a la situación. Además, estar mirando de reojo mucho tiempo incomoda la vista. Por eso, decidió mirar hacia el frente y, para que el sueño le gane una vez más, cerrar los ojos . Los abrió tan rápido como no imaginó. El celular de la chica encapuchada estaba siendo apoyado por la mano de ella en su oreja, y a pesar de que tenía el auricular con música escuchaba. Él giró a su izquierda y la miró sorprendido, sin entender por qué le hacía eso. Se miraron cara a cara y ella, con los ojos abiertos de par en par y celestes, lo miraba en gesto de que hablara, que dijera algo. Él escuchaba una voz por el parlante del aparato pero no entendía lo que decía, el motor del colectivo y los nervios no lo ayudaban.

Los demás pasajeros permanecían inmersos en su viaje como si nada, y lo que se oía del celular sonaba cada vez más fuerte... Más fuerte y más enojado. La molestia que él sintió en la garganta durante toda la tarde ahora se había transformado en un nudo. No podía hablar ni sabía qué decir. Solo se enredaba en pensar por qué ella lo hacía cargo de una llamada que no quería atender. "¿Quién estaba del otro lado?", "¿Por qué no quería hablar?", "¿De qué no quería hablar?", eran las preguntas que le giraban en la cabeza todas juntas en menos de un milisegundo ante la sugestiva mirada de la chica unos años más grande. Su mano con las uñas pintadas de rojo seguía sosteniéndole el aparato contra el oído. De todos los pensamientos logró rescatar uno que le sirva para hablar y estaba dispuesto a hacerlo. Realizó la bocanada de aire necesaria para hacerlo y abrió los ojos.

Los abrió de un espasmo que le sacudió las piernas. Miró a su izquierda y la chica con capucha no estaba. El asiento lo ocupaba otra con campera, pero violeta, y acompañada de lo que parecía ser su pareja. El colectivo había disminuido notablemente la cantidad de pasajeros. Miró por la ventana relajado. Le faltaban diez cuadras para bajar...