Estoy sentado cerca de la familia que
compra anteojos de sol en la playa. La que hace que todo el recorrido
del senegalés (el de Senegal hasta acá, el de ahora bajo el sol
veraniego en la arena), tenga sentido por unos minutos. Lo que dure
la indecisión de esa familia, familia de mujeres, en elegir un par
de anteojos de sol. O quizás dos, a la nenita también le gustaron
unos. Asumo que es senegalés porque leí en notas que la mayoría
son de ahí, pero quizás sea de otro país. De algún país del que
necesitan escaparse a un océano de distancia. O medio continente. El
senegalés, entonces, les cobra, vuelve a agarrar la mercadería y
sigue el camino. Lo sigue y busca cruzar una mirada que lo detenga
por un ratito. Que lo detenga y valga la pena. Valga la caminata y
que valga algo para poder seguir estando acá. Que valga la pena
haber escapado o abandonado su hogar.
Para la familia, lo que todo eso
amerita es una selfie con los anteojos nuevos.