miércoles, 17 de enero de 2018

7800 kilómetros

Estoy sentado cerca de la familia que compra anteojos de sol en la playa. La que hace que todo el recorrido del senegalés (el de Senegal hasta acá, el de ahora bajo el sol veraniego en la arena), tenga sentido por unos minutos. Lo que dure la indecisión de esa familia, familia de mujeres, en elegir un par de anteojos de sol. O quizás dos, a la nenita también le gustaron unos. Asumo que es senegalés porque leí en notas que la mayoría son de ahí, pero quizás sea de otro país. De algún país del que necesitan escaparse a un océano de distancia. O medio continente. El senegalés, entonces, les cobra, vuelve a agarrar la mercadería y sigue el camino. Lo sigue y busca cruzar una mirada que lo detenga por un ratito. Que lo detenga y valga la pena. Valga la caminata y que valga algo para poder seguir estando acá. Que valga la pena haber escapado o abandonado su hogar.
Para la familia, lo que todo eso amerita es una selfie con los anteojos nuevos.

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